El adoquín
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En mi calle falta un adoquín.Uno de esos pequeños,de los antiguos,
de los trabajados con mucho esmero.Hay decenas de ellos,en una
calle moderna,con mucho tráfico de tiendas y compradores
acomplejados.Pero,falta uno.Un vacio de negro obtuso observa
a toda la riada de gente que pasea en lo que parece ser una pasarela
de moda decadente llena de vivos colores y de muertos codiciosos.
Nadie repara en ese adoquin solemne,que sonrie,impertérrito,al
extenso gallinero,donde todos lo esquivan con el desprécio a la
singularidad manifesta.Pasan los dias y algunos tropiezan.El
adoquín muerde,se sácia con los pasos en falso,con el despiste
y con el exceso de confianza de lo que tendria de ser una bonita
calle peatonal sin ningún peligro evidente.Pero le queda poco.
A hecho daño, provocado dolor y alguna caida que otra.A sido
descubierto por sus trampas y sus juegos escapistas.Su eterna
sonrisa ya es sospechosa,demasiada felicidad para un solo
adoquin.Está sentenciado,a sido judgado en rebeldía y condenado.
El tiempo apremia a la costumbre y el se a pasado de la ralla.Con
un relleno de piedra delicadamente tallada se acaba con tal desacato.
La calle vuelve a la normalidad.Nadie se acuerda ya de aquel traidor
enfermizo y se pasean con aires de superiodidad por doquier.Pero,
aquel rebelde prevalece en la memoria de muchos,y no pocos son
los que vigilan ahora las aceras de forma distinta,con cautela,para
no encontrar-se nunca mas con aquella sinrazón.
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